Eso dice un dicho pasiego cuando las nubes asoman por la primera montaña (Tablau) que vigila los valles de Carriedo y Toranzo. En esta ocasión no creo que se cumpla el refrán y me dispongo a recorrer una parte de los montes que protegen los verdes valles pasiegos.
Empiezo mi camino por detrás de la Iglesia de Vejorís de Toranzo, patria familiar de Francisco de Quevedo, por una pista con una pendiente realmente fuerte que hace que en poco tiempo logre tener una vista completa del pueblo y del Valle de Toranzo casi en su totalidad.
El calor y el esfuerzo hacen aparecer las primeras gotas de sudor en mi frente pero pronto se van alternando los pequeños bosques de castaños y robles que refrescan la ascensión.
La pendiente se modera y el serpenteante sendero atraviesa las praderías y los bosques. La sensación de frescor y los olores vienen a mis sentidos haciendo que me sienta más cómodo conforme avanzo en mi recorrido. Ya sólo se escucha el sonido de la naturaleza, las hojas movidas por el viento, la llamada del ganado y el piar de las aves.
Hago un descanso en «Fuente Balastra», un pilón para que beba el ganado, y de paso sea dicho, yo también, ya que el calor va en aumento al paso del día.
Al tomar ya altitud van predominando las hayas y algunas laderas de pino replantado hasta llegar al cortafuegos que sube radical contra la pendiente y que me hará llegar hasta el cordal de la sierra.
Una vez allí, en el Collado del Hito la Piedra (814 metros) el espectáculo es realmente bello, sólo empañado por una densa bruma que difumina las montañas lejanas. Me dirijo hacia el norte para atravesar el Collado del Tablau y más adelante la propia cima del Tablau (846 metros), atravesando una zona con una curiosa disposición de losas de piedra dispuestas en linea sobre un terreno levantado, lo cual me hace pensar en la posibilidad de antiguos restos de castros cántabro/romano dado el enorme valor estratégico y defensivo del enclave.
Pero el mayor regalo que recibí fue contemplar una lejana y hermosa vista de Santander justo antes de afrontar el último repecho al Tablau. En un día sin bruma y con claridad la vista todavía tiene que ser más hermosa. Desde este lugar se divisan hacia el este Las Enguinzas, Porracolina o Castro Valnera, techo de las montañas pasiegas,así como todo el Valle de Carriedo, por el oeste el Pico Dobra, el Pico Ibio, Monte Cildá y el río Pas a su paso por el Valle de Toranzo.
Toca volver y desandar parte del camino para dirigirme al sur y pasar por la Cotera los Lobos (861 metros) y La Coronilla (824 metros) antes de llegar al Hayedo de Aloños. Pasada La Cotera los Lobos encuentro un lugar donde se amontonan enormes rocas y decido comer mi almuerzo y refrescarme antes de seguir ruta con un sol que ya es de «justicia».
Decido tomar la ladera este hasta llegar a la parte superior del magnífico Hayedo de Aloños.
Decido quedarme un momento en el hayedo y contemplar su belleza antes de volver hacia mi punto de partida tomando esta vez la ladera oeste por una pista protegida del sol por un también muy hermoso y frondoso hayedo para después retomar el sendero, esta vez de bajada hacia Vejorís y completar así una preciosa jornada de montaña pasiega por estos «mis» montes, los de mis antepasados, los Riancho y los Quevedo.
Y como empecé, termino con otro dicho pasiego:
«Dios nos libre del agua atormentada, de la lumbre aposentada, del resped de la coliebra y de escopeta cargada».
Este curioso refrán que en principio parece supersticioso, es todo lo contrario, y quiere decir, que el peligro no está en las cosas místicas, sino en las comunes que nos rodean: La tormenta; el fuego, las malas lenguas y las armas de fuego. No son los pasiegos gente muy supersticiosa, sino más bien práctica.
Lo dicho!